Docente. Educación física, psicomotricidad y educadora en formación docente.
Santa Fe y Córdoba, Argentina.
Instagram: @mariaclaudiamerich
Escribo porque busco. Busco a esa mujer escondida que me habla. A veces al amanecer. A veces en un pasillo. Cuando sirvo una taza de café. O si el aroma a albahaca fresca inunda mi huerta. No sé quién es. Sé que la conozco de algún modo. No me asusta. No la veo. La presiento. Escribo para ver si reconozco su letra o su forma de volcar sus pensamientos. Escribo. Escribo con frenesí. Me quedo en pausa. La escucho. Sigo. Es a veces infantil. A veces una vieja. Grita como pariendo. Susurra como enamorada. La tormenta la trae en sus relámpagos y un portazo la esconde en un mutismo desesperado. Escribo para dejar que fluya, que se manifieste. Le presto mis manos para que diga lo que tiene que decir. Trato de retener sus palabras. Para ser honesta con ella y no apropiarme de la verba. Es un esfuerzo anotar lo que me dice. Siento que escribiendo la encuentro. Quiero liberarla de su tormento. Tal vez algún día nos podamos ver de frente sin tanto cuento. Tal vez cantarnos las verdades. Mientras tanto seguiré escribiendo.
¿Y me preguntás por qué escribo?
Llegué al mundo un día antes del aniversario de muerte de mi hermano mayor. La orfandad a veces tiene padres presentes. Yo los tuve. Pero vacíos sus brazos para acunar. No los culpo. Todavía mecían al que se fue pronto. Me refugié en la casa de mis abuelos maternos. Allí me crie. Una casa chorizo de las de campo. Una abuela dura pero dulce conmigo. Un abuelo chacarero atípico porque dejaba sus labores y venía apurado a su sillón verde a sumergirse en la lectura. Aprendí a unir retazos de costuras por las tardes con Dominga, mi abuela, y a leer sobre el hombro del abuelo. Tenía un banquito que apoyaba a su sillón y leía “de ojito” como me decía Alfredo. En la última habitación del corredor había una biblioteca chueca de una pata. Muchos libros y cámaras fotográficas que yo husmeaba a la hora de la siesta. Cajas con cartas y otros objetos que despertaban mi imaginación. Aquella biblioteca contenía variedad de libros. En la familia había escritores amateurs. Entre las cartas se encontraban poemas e intentos fallidos de novelas de algún tío con ambición de literato. En las charlas en la mesa siempre salía alguna anécdota del tío Atanasio que quiso escribir una novela. Escribía de noche porque esperaba que se durmieran sus ocho hijos. Pero, casualidad o destino, solo pudo hacer ocho páginas porque se quedó sin personajes. Murieron todos y no se desató el conflicto. Escritor frustrado se dedicó a la carpintería.
Mi lectura era variada, desde los diarios que el abuelo recibía, antes que la abuela los usara para envolver los huevos que vendía a las vecinas, hasta las historietas del tío Luis y los libros de la biblioteca que eso ya era literatura importante según el abuelo. Yo trataba de compartir lo que leía con mis amigos de la escuela, pero ellos querían jugar. Para mí jugar también era leer. Esos libros me salvaron la niñez solitaria que tuve. Y un día comencé a escribir cada vez que algo hería mi sensibilidad y no tenía a quién contárselo. Lo escribía en un cuaderno que me regaló el abuelo. A los doce años me impactó la temprana muerte de una cantante de tangos hermosa que veía los sábados en una vieja tv. El abuelo descubrió mi escrito y lo mandó a la Tribuna Popular, el diario del distrito. Para mi sorpresa, a los pocos días recibí una carta de un escritor de un pueblo cercano: Don Manuel Cuadrado Hernández, felicitándome por lo escrito y la corta edad. Así que empecé a escribir, pero para mí y para el abuelo. Cuando el abuelo se fue durante mucho tiempo no lo hice. Con los años retomé porque era demasiada la vida sin contársela a nadie, así que aquí ando entre leer y escribir. Por mí y por el abuelo.
¿Por qué escribo? ¿Para qué escribo? ¿A quién le importa? ¿Quién pregunta? ¿O acaso la pregunta es propia? ¿Dónde está la respuesta? ¿Se necesitan las respuestas de todo? No lo creo. Es más interesante vivir en la pregunta que en la certeza de la respuesta.
Hoy escribo para buscarme en el caos, para soñar con algo más, para decirle al mundo algunas verdades. No me importa quién se apropie de mi texto, quién lo llore como suyo o lo sonría en silencio. Soy ególatra. Estoy sola, toda la vida lo estuve. Y no hablo de soledad de gente. Estoy sola en el mundo. En mi mundo. No encajar no es fácil, para mí es divino. Escribo y escribo enmarcando las palabras para trascender la locura y el dolor.