Lic. En Psicomotricidad. Terapeuta en Zen Shiatsu.

Montevideo, Uruguay.
Instagram: @millosalicia

Capaz suena medio loco pero la muerte fue mi inspiración. Siendo chica o adolescente poco escribía, era más de leer. De adulta fueron surgiendo esos momentos donde plasmaba sentires, vivencias, reflexiones de la vida misma. 

Al morir papá, mi mente se impregnó como un rollo de fotografías de momentos transitados con él. Le dije para mis adentros que sería hermoso escribir sobre ellos.

Doce años después, un aniversario de su muerte, una mañana de verano, sentada frente a la ventana, comencé a escribir. Me embarqué en un viaje solitario al comienzo. Buceé a lo más profundo. Fui reconectando con mi interior y con mis trayectos junto a mi padre.

 

Pero ese viaje quedo ahí. Luego en diferentes instancias de mi formación profesional como psicomotricista, donde el movimiento y el cuerpo son protagonistas, la escritura tomó lugar cada vez más en mi vida. 

 

En la pandemia conocí a Daniela Cicchelli, en sus cursos de escritura creativa surgieron varios textos, uno de ellos fue la inspiración para el primer capítulo de mi libro. 

Pero fue al morir mamá, a finales del 2021, que escribiendo algo para ella, el ímpetu se apodero de mí y llamé a Daniela para que fuera mi mentora.

 

Al escribir capturé espacios tiempos, como lo hace un fotógrafo o pintor.

Habité mi cuerpo en su madurez, recorrí sentires, experiencias, vivencias, que me invitaron al autodescubrimiento.  Abrí mi alma, la compartí, me permití ir más allá de mí misma y de mis padres y abuelos gallegos.

Le di voz a mi cuerpo, a su movimiento, a su postura, a su trayecto y esa voz contó historias. 

Así empecé a escribir mi libro Dejando huellas, susurros de historias inscriptas en mi cuerpo alma. Y como el movimiento del infinito, transité del cuerpo a la escritura y de la escritura al cuerpo.

Para mí, escribir es como un bosque. Me adentro en él con los pies descalzos, la piel desnuda. Cada ondulación o planicie la percibo. Por momentos es como estar suspendida en el aire, como caminar por un puente flotante. En otros me arraigo al trayecto como las raíces de árboles ancestrales. 

A medida que avanzo, en cada paso que doy, en cada palabra que surge, resuenan voces internas. Como el viento acaricia la copa de los árboles o las sacude en la tormenta y emergen semillas del ahora, del presente o de la memoria corporal que guarda historias. 

 

Los recuerdos aparecen como la luz del sol colándose por sus ramas. Otras veces, ese camino es denso, oscuro. No siempre fluyen como un rio, a veces se estancan como cuando el agua se topa con mucho lodo, o tropieza con la piedra sin poder amoldarse a ella.

 

A veces me detengo, observo, habito ese momento, me dejo impregnar por los colores, sonidos y olores de ese espacio tiempo. Y es ahí donde la palabra surge como un brote de primavera. 

 

Luego sobre la cama a la luz de la ventana, en una tarde fría de invierno, a la mesa en una mañana dominguera de verano o sentada frente al mar voy hilando palabra a palabra. Plasmo sobre la hoja lo que mi cuerpo me comunica. Una gran madeja de emociones, acciones, sentimientos, vivencias y personajes, prontos, para tejer página a página una historia cautivadora.

 

Escribir es descubrir, como explorar una pirámide de Egipto. 

O zambullirme en un mar azul profundo como lo hice con mi libro Dejando Huellas.

Por momentos, las olas me revolcaron con fuerza y en otras mi mano escribía como espirales de olas abrazando el tiempo. 

Hoy, a días de que se publique mi primer libro, siento que cumplí mi propósito, y si bien, nunca fue mi intención, sin saberlo, lograré burlar a la muerte.