Periodista. Máster en Guion Cinematográfico.

Santiago de Chile, Chile.
Instagram: @cynthiafilm

La sintaxis de las imágenes.

“La escritura es un vuelo pirata, aterrizas encontrando algún sentido”

No tengo recuerdos claros de cómo comenzó mi relación con la escritura. Supongo que de alguna manera venía de fábrica. Fue creciendo conmigo, en las composiciones del colegio, las que dedicaba al desinteresado de mi hermano, que terminaba riéndose de ellas. O en los cuadernos de caligrafía que mi mamá me compraba, para que copiara los cuentos que me gustaban para afinar mi letra. Para qué decir esos tormentosos dramas que les creaba a mis Barbies, las que quedaban anotadas en un cuaderno secreto.

Antes de seguir debo advertir de las peculiaridades que se leerán de tamaña escritora, las cuales vinieron desde mi dulce niñez. Cuando yo no aprendía a leer ni a escribir, coleccionaba cuentos, los que para mí sólo significaban dibujos, siempre gráficos sin voz. Mi padre nos llevaba a esos antiguos cines del centro de Santiago, el mejor panorama del domingo, a ver películas subtituladas ¿y yo? De leer nada. De inglés, menos. Con cinco años sólo quedaba con lo que veía, con lo que sentía que era suficiente para sumergirme en una variedad de emociones. De ahí que mis primeros escritos surgieron a partir de una pantalla grande, de ver “Los cazafantasmas”, “Rocky”, “Flashdance”, y de la tele, de Don Francisco y sus Sábados Gigantes, del Festival de Viña del Mar, lo que me llevaba en el kinder a dibujar a Soda Stereo en pleno show ochentero. Las luces y el show eran increíbles para mí.

Pasaron los años considerablemente, y a mis quince empecé a plasmar en papel y con lápiz lo que me imaginaba a partir de esas figuras visuales con las que crecí. Entonces  todos los días llegaba del colegio a escribir capítulos de lo que, según yo, sería una gran película. Nunca pensé en un libro. Mis amigas se peleaban por leer mis historias de crímenes y desamores. Mis diálogos le ganaban lejos a la prosa de Roberto Bolaños.

Hasta hoy me siento culpable con las generaciones de mujeres lectoras de mi familia, quienes lo daban todo por devorar un libro, mi tía Lucía, mi abuela… mi madre. Siento vergüenza de cuidar con dedicación mi colección de películas más que la biblioteca de mi mamá. He sido la rarita de siempre que escribe y no lee.  

A los dieciséis años vendrían las cartas, la forma de comunicarme con mamá, mientras yo vivía en Estados Unidos. Ella esperaba con ansias mis letras que le contaban cómo me iba convirtiendo en una gringa más. La escritura nos unió porque viví tiempo descubriendo un mundo mucho más grande que mi Chile natal. Lidia tenía plena consciencia que su hija nunca sería una lectora. Lo veía en los libros amontonados en los rincones, ansiosos por ser hojeados. Siempre las imágenes le ganarían a las letras en mi vida. Después ella se daría cuenta el por qué todo se unía y tenía su lógica. 

Más tarde siguieron los análisis de películas, dediqué mis letras a la revista de cine que leía desde niña, en la que terminé trabajando durante mis veranos. 

Diferentes escritos se acumulaban en hojas sueltas, diálogos extensos que por fin me llevarían a unir mi escritura con el cine. Luego de la pérdida de mis padres, me convertí en Máster en Creación de Guion Cinematográfico. Aunque no alcanzaron a verme, finalmente todo hizo sentido. Letras e imágenes.

Hoy en día trato de identificarme a través de lo que escribo: me celebro, me regaño, me siento miserable durante esos malditos períodos de bloqueo. Caigo en mis mundos imaginarios, escucho a mis personajes hablar, vivir, sufrir, amar y odiar. Con la escritura aprendí que la ficción en mi vida es estar en múltiples mundos, a mi manera, como decía Frankie en “My way”.

Me gusta leerme y emocionarme con mis textos, como si fuesen de otro ¡como si los estuviese viendo! Pero es un desafío. Hace unos meses inicié un curso de inglés. Aunque me manejo bien en el idioma, la loca idea de convertirme en una nativa era una forma de volver a la vida que casi pierdo sin dejar huella. 

La cosa del desafío va de la mano del “challenge”, el escrito semanal de la class. Lo difícil de escribir en otro idioma era más bien el bloqueo por el que yo pasaba.  Resulta que ni Cervantes ni Shakespeare estaban en buenos términos conmigo. Tuve que poner a trabajar al viejito Sony Vaio y patear palabras con significados. ¿El resultado? ¡Ay! Mi coach decía que escribía “tan bonito, tan poético” en inglés. Los elogios “You’re so smart, so great” hacían mi día. Mi trabajo final fue un discurso de tres páginas, el que sigo leyendo con orgullo. 

La escritura me provoca un enfrentamiento entre unir ideas y darles sentido. El bloqueo que sufrí me provocó cosas. “Wishing you were somehow here again”, tema del musical “El Fantasma de la Ópera” de Andrew Lloyd Webber, y el que a mis diecisiete años vi en Nueva York y en Chicago, describe este sentimiento de vacío. Saudade literaria.

Por ahí una persona me dijo “tienes que escribir sobre las cosas que has vivido”. Yo lo tomé como una ofensa. Yo soy un animal de ficción. Mis historias son intensas, son un filme, ya no de una pantalla grande, anhelo mostrarlas en páginas. Entre el papel y los fotogramas hay un corto trecho. El papel guarda las ideas escritas. Después se vuelven los ingredientes de una imagen. Los guionistas llamamos a esta mezcla de formato la primera película. La ficción nace en el pecho, una caída libre en la que nada más importa. Eso sí, cuando mis colegas comentan de escritores, autores y sus obras, yo me siento como una tonta. Sólo se me pasa por la cabeza: “Ese libro ¿podría convertirse en una buena película?”. Una intelectualidad envidiable. Suerte ustedes que se emocionan con esos escritores de tomo y lomo. Yo me emocionaba por conocer al cineasta Alejandro Amenábar. Y lo tuve a mi lado, no le pude decir nada, me fui para adentro y lo perdí. Sin comentarios. 

Sin embargo, mi vida tuvo un quiebre. Un antes y un después que quise contar. Sí, tuve la idea de mezclar una narración de fantasmas y amores fatales que guardaba, con el delirio que me ocurrió en el 2023. Una pesadilla a la que temo recordar, postrada en una cama de hospital, amarrada, sin pudor, sin cabales ¿Cómo podría describir todo eso? Cuando mi cuerpo se carcomía sin darme cuenta y nadie se dio cuenta de nada. Caí en un agujero del cual casi no vuelvo, no tengo recuerdos. El regreso fue aún peor. No fui capaz de acercarme a las ideas sobre lo que estaba viviendo. ¡Esa no era vida para contar! Solté la pluma con rabia.

Hace unas semanas me senté a escribir un solo instante que pasé interna. Me sentí podrida, me prometí que no plasmaría el menoscabo, la inutilidad, el abandono de mis gatos y los cuidados detrás de juicios absurdos. Mi psiquiatra me recordó que en medio de mis alucinaciones, le dije que estaba escribiendo una novela. En medio de mi locura ¡recordé que escribía! Nunca te perdí amiga mía. Ahora he vuelto a ser “La reportera del cine”. Puede ser que cuando vuelva a ver a mi doctor le cuente que estoy cocinando algo mucho mejor, que he vuelto a pololear con la escritura, a la que extrañé tanto como a mi mamita, a mi normalidad. Ahora persevero en llevarla a otros idiomas, sacar adelante a mis criminales cansados de esperar por mi inspiración. Lo pasado me sirvió para retomar mis caballos, escribiendo como loca, como me dijo un amigo “este es tu negocio”. Así es el guion que yo, y solo yo, escribo en medio de mi nueva vida, tranquila con mi café y mis gatos dando vueltas para que los alimente. ¿Hace sentido?