Escribana.

Rosario, Santa Fe, Argentina.
Instagram: @lili.mancino

La escritura, para mí, es la conexión con mi padre, y luego con mi sobrina que heredó sus genes. Y claro, conmigo misma, que también los llevo en mi sangre.

Papá nació en Italia, único varón entre seis mujeres. El primero en fallecer, lamentablemente.

Su vida no fue lo que planeaba, él quería ser escritor y cantante. De hecho lo fue, en su pueblo natal, Ripalimosani, Campobasso. Después de muchos años de haber inmigrado a Argentina, mi hermano viajó a Italia. Los lugareños le preguntaban:

―Tu sei il figlio di Franco, ¿vero?

Papá vino junto a mis abuelos y dos hermanas más pequeñas en la década del sesenta. Se instalaron en Rosario y se convirtió en panadero confitero. El desarraigo y no poder hacer lo que más añoraba, lo fue apagando poco a poco.

Mi hermano Jorge es taxista, emigró a Italia en el 2001, en aquella crisis argentina que queremos olvidar. Con el tiempo volvió, porque no soportó vivir lejos de nuestro país. Allí quedaron sus dos hijas. 

La mayor, mi sobrina Anto, un día me dijo:

―Siento que retomo el camino de mi abuelo. 

Cuando apenas arribaron a Italia vivió justo enfrente de la casa donde mi padre había nacido. Me contaron mis tías que era muy antigua, con ladrillos rotos, algo abandonada. Su frente contaba con una puerta y dos ventanas rojas con hojas de celosía. Celosía. Otra extraña coincidencia. La casa donde vivió Jorge con su familia, antes de su partida, tenía ventanas cubiertas con celosías. 

Papá me contaba que dormían todos juntos, que eran muy pobres, casi no tenían para comer. 

No era casualidad. Era causalidad. Sufrieron mucho en un principio, pasaron miseria en aquel país lejano y a la vez tan cercano, tan nuestro. 

Así creció Anto, como si aquella casa la guiara en el descubrimiento de su camino. El de mi padre, y también el mío. 

Siempre sentí atracción por la sintonía en las palabras, por contar historias, por perpetuarme en el tiempo y trascender esta existencia efímera. 

Mi contacto con la escritura empezó a muy corta edad. Empecé a escribir mi diario íntimo cuando tuve un amor platónico que me acompañó por más de seis años. Tenía quince. Llevo escritos siete diarios. Claro, ya no escribo con la frecuencia de antaño, cuando lo hacía diariamente. 

También escribí la vida de mis hijos hasta sus dos años. Los cuadernos Rivadavia de tapa azul eran mis aliados. Los partos de mis hijos quedaron milimétricamente plasmados para que esos días, los mejores de mi vida, no perdieran ni uno de sus detalles, ni de sus sensaciones y emociones. Leerlo, una y otra vez, me conecta con ellos para siempre. 

Cuando crecieron se los leí, pensando en que podrían seguir escribiendo sus historias, pero no, los varones son distintos. Los juegos de internet son su vida. 

Como escribana, madre y esposa me llené de obligaciones. Dejé de escribir por bastante tiempo. Me perdí.

Me sentí vacía y enojada por no permitirme este espacio.

La escritura fue y será siempre mi cable a tierra. Trascender a la eternidad a través de palabras, recordar lo que mi mente apaga para no sufrir, evocar detalles que creía perdidos. Contarles a las nuevas generaciones lo que realmente es importante, lo que queda, la familia, los amigos, el amor. Advertirles lo superfluo de las máquinas, la frialdad del no contacto, la falta de un abrazo, o de una mirada cálida, de sentir una mano amiga.

En la vida tuve que subsistir, toqué fondo y resurgí como el ave fénix.

Mi matrimonio volvió a inspirarme. Busqué estrategias para luchar contra la rutina, ideas que nos permitieran mantener esa llama que nos unió, con la convicción de que sería para siempre. Nos desafiamos porque no es fácil el diario vivir, la cotidianeidad nos envuelve, nos entrelazan  reuniones familiares, viajes, nuestros hijos. 

Decidir qué, cómo, dónde, cuándo queremos que nos acompañen. Los sombreros y los personajes que somos y seremos.

Volví a escribir varias veces, en forma de talleres, cursos y ejercicios creativos. 

Busco refugiarme en la escritura en esos días donde solo quiero estar conmigo, pararme frente al espejo, mirar hacia atrás y volver a empezar.  

Ella no me deja, siempre vuelve, esperando que retome aquellos apuntes, cuadernillos, mis hojas sueltas con imágenes cotidianas, para acompañarme hasta el fin.

Escribo por mí, pero también escribo para ser la voz de mi padre, hablar por él, sentir con él, vivir con y para él, para que siempre este en nosotros, en nuestros corazones.