Acompañante no terapéutica.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
Instagram: @catydejuane
La niña que no pudo ser.
Así comienza esta historia, la mía. Un día como cualquiera, papá le dijo a mi abuela Cata que iba a comprar cigarrillos y no volvió por varios años.
Había conocido a mi mamá. Ella era de Catamarca y allá se fueron, a Los Altos Santa Rosa donde nací.
Mi abuela, desesperada, lo buscó por cielo y tierra. No sé bien cómo fue todo, lo que sí sé es que volvimos a Buenos Aires a mis tres o cuatro años. Siempre me contaban que de Retiro tomamos un taxi y dije:
―Qué mansito es este caballo.
Fuimos a vivir a Palermo, Salguero y Castex, con mi abuela Cata. Estábamos a la vuelta del Canal nueve donde, muy pronto, me gané un triciclo con Piluso y Coquito por ser una de las primeras en llegar con una gorra y algo más de mi abuela. También a veces mi papá me llevaba a ver Titanes en el Ring.
Aún hoy recuerdo ese patio que era centro de reuniones familiares y largos mates con historias.
No sé cuánto tiempo pasó, los tres nos fuimos a vivir al Tigre, Carupá, vivíamos a unas cuadras de la estación, cerca de un descampado, donde se instalaban los grandes circos.
De esa época tengo solo algunos flashes de animales, un tigre viejo, los caballos, monos, payasos, la mujer que hacía acrobacias en el caballo. Todo esto me fascinaba, con mis amiguitos del barrio íbamos a chusmear. Al anochecer jugábamos a atrapar bichitos de luz con las manos y todo se iluminaba.
También recuerdo cuando íbamos al río a nadar con mi papá y cuando me llevaba al club en el que jugaba a las cartas.
Por momentos no sé si estos recuerdos son reales o me los imaginé.
A mis siete años, a poco de comenzar primer grado, algo inesperado sucedió, internaron a mi mamá en el hospital de San Fernando, supuestamente era una operación no riesgosa. En esos días me llevaron a verla, me regaló una vincha verde, que traté de conservar por muchos años y un día la perdí. Hubo muchos besos y abrazos.
Perdí la noción del tiempo, no sé si fueron horas, días, pero la oscuridad total, la tristeza, la soledad y el abandono me abrazaron, mi mamá falleció.
Como en los cuentos, en un abrir y cerrar de ojos, aparecí en la casa de mis abuelos paternos, me quedé a vivir con ellos. A mi papá no lo vi más.
Era una casa muy grande, adelante vivían mis tíos y primas y en el fondo mis abuelos y yo.
Al poquito tiempo falleció mi abuelo. Quedamos mi abuela y yo, solas.
El miedo a la muerte comenzó a ser mi compañía. Me sentía muy sola.
Comencé a jugar con mis primas, que vivían adelante, y los chicos del barrio. Éramos una banda y todo era alegría. Teníamos un perro, gallinas y hasta un mono. El mono era muy travieso y me gustaba hacerle maldades. Pobre mono.
Comencé primer grado con el guardapolvo re almidonado, el pelo bien atado y medio frasco de perfume encima.
Para mis diez años, más o menos, tuve una gran sorpresa, apareció mi papá, acompañado con Yolanda, su nueva novia. Me sentía feliz, mi papá había vuelto a rescatarme de tanta soledad. Ese día la mesa se hizo grande, almorzamos todos juntos.
Al poco tiempo, mi papá se casó con Yolanda y me llevaron a vivir con ellos a Constitución. Otra vez sentí el desarraigo, pero tenía a mi papá.
En esa época siempre había conflictos, discusiones y secretos. Porque en esa casa siempre se quedaban muchos parientes de Yolanda.
Cuando falleció mi abuelo Felipe, lo velaron en la casa y por primera vez me enfrenté a la muerte real y concreta de alguien.
De esa casa recuerdo las tardes de andar en patines, mi primera muñeca que hablaba, la plaza España y mi amiga Cristina.
No fue fácil esa nueva vida, éramos pobres, todos trabajaban mucho y yo también tenía muchas obligaciones desde chica, tenía que limpiar, planchar, lavar platos. Yolanda era muy exigente, si no hacía las cosas como ella quería me castigaba. Mi papá tenía problemas con el juego y eso sumaba más problemas.
Dejé la secundaria en segundo año porque tenía que trabajar. En mis escasos tiempos libres jugaba a ser mamá con mis sobrinos.
Fui extra en algunas películas. Me puse de novia con un muchacho, pero él se casó con otra. De nuevo el abandono.
Llegando a mis veinte años necesitaba imperiosamente irme de mi casa, pero tenía que estar casada, quería irme siendo la “señora de”. Y así lo hice. La experiencia no fue buena, sufrí violencia de género, a los cuatro años pude darle fin a esa relación.
A levantarse de nuevo, a rearmar la vida, a buscar trabajo.
Conseguí entrar en el Banco Central como telefonista, contratada por agencia. Allí conocí a mi segundo esposo, tenía un diagnóstico de esterilidad, no iba a poder tener hijos. En ese momento apareció la escritura en mi vida, comencé a escribirle a mi pareja, poemas, cartas de amor, nunca lo había hecho.
Algo maravilloso sucedió, Dios y la vida me permitieron ser mamá. Primero llegó Gastón y después Agostina.
Comenzamos la gran tarea de aprender a ser padres, tenía esa familia que tanto ansiaba. Ahí me surgió la necesidad de escribirles a mis hijos.
Al tiempo falleció mi papá, fue un gran golpe. Me consuela saber lo feliz que estaba con su nieto y la familia que yo había formado.
Aquellos años pasaron entre tortas recién horneadas, tareas artísticas los días de lluvia, risas, peleas, plazas, playa, escuela, secundaria, primos, amigos, primeras salidas, bailes, mis hijos crecieron. Gastón se enamoró y se independizó. Mi hija me hizo el regalo más hermoso: una nieta llamada Merlina. Y después llegó el adorado Mateo, hijo de mi hijo. Mis nietos encendieron mi alma de total felicidad. Con ellos también volvió la escritura.
En esta hermosa etapa descubrí que ya no era feliz con mi matrimonio de treinta y siete años. Descubrí que solo nos unía el baile, algo que siempre nos gustó, solo eso.
Tomé coraje para separarme y nos agarró la pandemia, así que él dormía en el comedor y yo en el dormitorio. Pasado ese momento terrible, nos separamos.
Me jubilé, pero sigo trabajando. No estaba en mis planes estar sola en esta etapa de mi vida, pero eso me ayudó a aprender a ponerme en primer lugar. Todo un desafío. Por primera vez aprender a amarme, poder descubrir quién es y qué quiere Catalina. Entonces volví a escribir.


