Diseñadora gráfica.
Castelar, Buenos Aires, Argentina.
Instagram: @marianacravenna
Tres razones para escribir toda la vida.
I
Paz mental
La imaginación es un arma de doble filo. Es buenísimo tener la cabeza disparando ideas todo el tiempo. Pero la facilidad para crear situaciones, escenarios y tramas conflictivas se puede volver algo poco saludable. Un remedio súper eficaz para esto es la escritura, y casi inmediato. Poner la imaginación en la ficción, y en la vida real no tanta rosca.
Terminé de darme cuenta de esto en una sesión de terapia hace algunos años. Escribir ordena las ideas, transforma el caos de pensamientos enredados en líneas paralelas, legibles, entendibles.
Tengo siempre un cuaderno a mano, desde que empecé el secundario, como un apéndice de mi cabeza. Ya lejos del pequeño diario íntimo con candado de la infancia, en ese cuaderno tamaño oficio con tapa fluo de mis catorce se mezclaban pedazos de canciones, cartas a la radio que jamás mandé, dibujos deformes, poesías de amores inconfesables y relatos de los momentos más significativos de la adolescencia.
Fue en uno de esos cuadernos en donde hice “mi primera historieta”, pero esto ya es parte del apartado número II.
II
Crear finales felices
El último año de secundario ya sabía que quería ser diseñadora gráfica, y a la vez me la pasaba dibujando en los márgenes de las carpetas y en canciones ilustradas que hacía para mis amigos y amigas a modo de chistes. Lo que dibujaba lo compartía. Lo que escribía, en cambio, me lo guardaba para mí.
Me acuerdo que ese verano me rompieron el corazón por primera vez. Y que pasé un par de meses encerrada en mi pieza llenando las páginas de mi cuaderno con una historieta súper mal dibujada sobre un Extraño Personaje que desaparecía de mi vida para siempre.
No me arrepiento para nada de haber prendido fuego ese cuaderno unos años después, no vaya a ser cosa que alguien encuentre y lea eso que yo escribí cuando ya no esté en este plano. Qué vergüenza, por favor.
Lo que tiene de valioso el recuerdo de ese cuaderno es el refugio que significó en esos ratos en que me sentaba con una microfibra 05 a dibujar extraños personajes, construyendo una historia mientras intentaba entender cómo era posible que te dejen de querer así como así. Escribía y dibujaba al mismo tiempo, sin bocetar casi. Era algo que disfrutaba, me hacía bien. Sin buscarlo, había encontrado una compañía que no me abandonaría nunca.
Creo que por eso me gusta tanto escribir ficción. En las historias que inventamos podemos decidir no solo las tramas sino también los finales. ¿Finales felices? Los finales felices existen solamente en la ficción.
Fue al terminar ese verano cuando empecé el taller de historieta, en donde el profe dijo en la primera clase algo así como que las historias guardadas en un cajón no sirven para nada. Que hay que mostrar lo que uno hace, sacar para afuera.
III
Integrar
¿Dibujar? / ¿Escribir? – ¿El diseño? / ¿La historieta? La barra de la duda funciona en mi mente hace años en forma de disyuntiva a la hora de tomar decisiones. Estudié una carrera corta en muchísimos años porque a la vez trabajaba y me dedicaba a las historietas, que publicaba en pequeñas revistas que vendía en ferias o por internet.
Siempre tuve claro que el tiempo que le dedicaba a una cosa se lo estaba quitando a la otra. Y así fue como al recibirme por fin tuve tiempo de hacer una novela gráfica. Súper mal dibujada a pesar de haber hecho tantos cursos, un día me animé y la saqué a la luz.
Desde aquel descubrimiento en terapia sobre lo sano que me resultaba escribir siempre traté de tener un rato a la semana para participar en algún que otro taller literario. Escribía cuentos, o las páginas diarias al despertar, con letra desprolija con el solo hecho de ordenar la mente. Pero no todo es catarsis y desahogo en el papel. Lo mejor de lo mejor, mis grandes momentos con la escritura tienen que ver con los proyectos.
En mis épocas de facultad y fanzines solía usar la melancolía del otoño y la introspección del invierno para escribir. En el bondi, en el café antes de entrar a clase y a veces en la clase misma también. Cuanto menos dormía por las entregas y exámenes, más abierta tenía la compuerta mental que hace que las ideas salgan, sin tanto juicio. Primavera y verano eran más propensos para el dibujo, el armado de las revistas y la venta. Mostrar, exponer, sacar afuera.
Hoy, ordenando cajas, me doy cuenta que tengo una cuantas publicaciones, muy amateurs, en fotocopias, que tampoco dudaría en prender fuego pero prefiero sacar a la calle. Era bastante acumuladora cuando vivía en una casa grande, pero este último tiempo de dos ambientes me hizo descubrir que disfruto mucho de liberar espacios, vaciar estantes, vender o regalar libros que ya leí. Tengo todavía algunos cuadernos de los que apenas me entiendo la letra, y quizá se vayan también a la calle si pasa mucho tiempo sin transformarlos en algo legible. Claramente no tienen ningún sentido ahí guardados en cajas o cajones. Hoy el único cuaderno que rescataría de un incendio es este que estoy completando ahora, lleno de hojas en blanco, con alguna lapicera, para seguir escribiendo a donde vaya a parar.
Esa es una de las cosas que más disfruto de la escritura. No necesitás más que un cuaderno, una lapicera, y un poco de tiempo muerto para resucitar llenando las hojas con todo lo que se lleva adentro y muchas veces ni sabemos que está hasta que nos sentamos a escribir: experiencias, amores, desamores, recuerdos, buenos y malos tiempos, sueños, ideas locas e ideas cuerdas, todo sirve, todo suma.
Creo que escribir es integrar todo eso, remplazando la barra de la duda por el signo de la suma, que siempre va para adelante, incluso más allá de nuestra propia vida.