Arteterapeuta.
Ramos Mejía, Buenos Aires, Argentina.
Instagram: @corazonesycaballos
La escritura es una pluma de pavo real.
Si escribo inspiro. Si escribo percibo. Si escribo recibo. La escritura es un portal a otros tiempos y a otros mundos.
Escribo para que las palabras no se las lleve el viento. Escribo para que las historias atraviesen esos tiempos. Escribo para unir la tierra con el cielo, lo humano con lo divino. Escribo para entrar en terreno sagrado y recordar mi destino.
Lo que escribo se manifiesta, sucede. En este o en otro tiempo y espacio. No importa en qué línea de tiempo. Puede ser aquí, allá o más allá, pero lo que escribo siempre me encuentra. ¿Será mi verdad?
Las palabras abren espacios, cierran ciclos. Encierran secretos. Las palabras son misteriosas Tienen poder y tienen magia.
¿Sabés por qué me gusta pensar que son misteriosas?
¿Intentaste ver qué palabras se forman con las letras de una misma palabra? ¿O leer una palabra al revés?
Yo sí, y así descubrí un secreto encerrado en mi apellido y en mi linaje paterno. Le puse luz a una historia oscura, que sin saber era mi propia historia.
Y una vez más lo que escribí hace un tiempo atrás, cobró sentido.
“…El águila humana me abraza con sus alas, me envuelve, siento protección. Parada es más alta que yo. ¡Es enorme! Me detengo a observarla, miro su plumaje, me acaricia con su suavidad. Es tan inmensa que asusta, el poder que tiene es tan grande como su tamaño, me abraza, me atrapa, me hace entrar en otra frecuencia. Abre sus alas y me muestra su libertad. Me enseña que puedo ser tan enorme como ella y que puedo volar. Puedo volar sobre el mar, puedo volar sobre las montañas, puedo elevarme por sobre todo lo que me rodea y ver desde otro lugar. Desde el lugar que me dan mis alas y desde el lugar que mi libertad me permita llegar…”
Descubrir quién era el águila humana fue sanador. Fue revelador, esto es lo que la escritura hace en mí, por eso escribo.
Escribo para encontrarme, para leerme, para llegar al fondo de mi alma. Porque eso soy, soy mis palabras.
Cuando escribí mi apellido al revés sucedió la magia. El significado fue claro: águila humana.
La vida es la historia que me cuento, es la historia que escribo. Son las formas que dibujo.
¿Será por eso que en mis formas aparecían caballos?
El arte siempre me anticipa algo. Ellos llegaron primero a mis cuadros y después a mi realidad. Vinieron a enseñarme que me puedo mirar en sus ojos. Vinieron a enseñarme sobre fuerza, coraje, valentía y libertad. Me mostraron su don sanador y que su corazón está al servicio de algo mayor. Se pueden llevar mis dolores y transformarlos en amor.
Por eso me gusta pensar que mi mundo es más bello cuando escribo palabras bellas. Que mis dolores son menos dolorosos cuando los pinto de colores, que mis emociones se transforman cuando encuentro cómo contarlas. Y son las palabras las que cuentan esas historias, si escribo lindo el mundo tendrá otra forma.
Eso soy, soy memoria, soy historia.
Cuando escribo puedo viajar por ese tiempo no lineal. Hoy estoy acá y si agarro mi pluma estoy en ese pueblo pequeño arriba de una montaña, desde aquí la ciudad se ve muy lejana. Estoy entrando a este lugar que llenara mi vida por los próximos años, siento miedo. Mi papá se despide de mí y me dice:
―Acá estarás a salvo, hijo. Nadie te hará daño.
Tengo que creerle, tengo nueve años ¿qué puedo hacer? Estoy solo, abandonado, dejado a la suerte de los adultos que me rodean. Mi infancia está en manos de desconocidos, mi mamá murió y yo estoy acá con mis mocasines marrones y mi ropa nueva. Mi suerte está echada, mi infancia quedó para siempre aquí abandonada.
Y ahí quedó mi papá a sus nueve años en un monasterio de la ciudad de Roma y también soy esa historia.
Esto es lo que la escritura hace en mí. Me hace mirar hacia atrás, hacia adentro, me hace viajar, cruzar mares, continentes y llegar a la tierra de mis ancestros. Me hace ver historias que deben ser vistas.
En la escritura me encontré abandonada, desarraigada, abusada y también me sentí poderosa, valiente, liberada y con muchas historias sanadas, porque también soy la historia que escribieron los que estuvieron antes.
Soy un pedacito de ese barco que se escapó de la guerra, soy esa familia que despidió a sus hijos deseándoles un futuro mejor, soy esa madre que nunca los volvió a ver. Soy mis generaciones pasadas, soy ese dolor y esa esperanza.
Soy un pedacito de mi abuela Pepi. Ella olía a café recién molido y a domingos de bizcochuelo y salsa casera. En su historia me veo, me reflejo y me encuentro. Ella vivió cien años extrañando su pasado, quizás siempre hubo en mí un poquito de esa tristeza.
Sera por eso que sentí que volví a mí el día que llegué a su querido Morano Calabro, ese pueblo mágico colgado de una montaña en el sur de Italia. Ese pueblo que yo le pintaba en cuadros para que lo sienta más cercano. Nunca imaginé cuánto lo extrañaba hasta que lo conocí y ahí supe que ese pueblo estaba detenido en el tiempo y también en su corazón. Pisar los campos de olivos que ella pisaba le dio otro sentido a mi viaje, yo no había llegado al pueblo de mis abuelos, había llegado a mi propia historia, a mis propios dolores a mis miedos y a mis amores. Porque también soy esas memorias.
Los relatos de mi infancia no eran cuentos de hadas, eran cuentos de guerra y añoranza. Eran cuentos que siempre me llevaban a la tristeza del pasado. Eran relatos que hablaban de lealtades inquebrantables con ese lugar tan lejano. Los relatos de mi infancia eran esas cartas que mi abuela leía con una sonrisa en la cara porque había recibido noticias de Italia.
Qué alegría cuando llegaba el cartero, mi abuela le preparaba un café, él se sentaba en la silla de mimbre debajo de la parra. Y ella en silencio comenzaba a leer. Esas cartas eran el puente que la conectaba con su pasado, el que dolía, el que extrañaba.
Esas cartas escritas de puño y letra eran el refugio donde sus sentires viajaban en barco cada mes, durante años y años. Esas cartas guardaban sus secretos, y un poquito de la Pepi se iba en cada una de ellas. Ahí estaba su corazón. Si aprendí algo de ella es a escribir y a que nunca me vaya del amor.
Me gusta escribir mi historia y me gusta pensar que esta historia ya estaba escrita. Porque la escritura conecta todos los tiempos y las formas. Conecta todas las almas, y entreteje todas las historias. La pluma con la que escribo es azul y majestuosa como la del pavo real.
Que mi escritura te inspire a cruzar el portal.


